Desde hace meses la covid-19 dejó de ser solo un tema de salud y hoy podemos ver los fuertes impactos en áreas clave como la educación. Desde marzo de 2020, al menos 1.5 mil millones de estudiantes en todo el mundo se han visto afectados por el cierre de escuelas o universidades y las implicaciones van más allá de la pérdida de aprendizaje.
La falta de acceso a la escuela deja a muchos niños y niñas en entornos de violencia doméstica, otros pierden la única comida nutritiva de su día y otros más, se pierden de las vacunas que a menudo se aplican en el entorno escolar. Pero las afectaciones no paran ahí, pues se estima que los jóvenes cuya educación o trabajo se interrumpió totalmente, tienen casi dos veces más probabilidades de sufrir ansiedad o depresión que aquellos que continuaron sus labores de manera parcial.
Este texto de The Lancet nos recuerda que la salud y la educación están vinculadas bidireccionalmente: una educación de buena calidad es una inversión para la salud y la salud es esencial para un aprendizaje eficaz. Para ser más precisos, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), reconocen explícitamente el vínculo entre salud (ODS 3) y educación (ODS 4) para alcanzar bienestar y mejores oportunidades de vida. Para muchos niños y adolescentes, la educación es la única escalera para salir de la pobreza.
Ante esta situación, el texto pone sobre la mesa un cambio conceptual en el valor de la educación, en donde los sistemas educativos brinden un plan de estudios más allá de las materias académicas. Se propone entonces, una adopción de enfoques basados en fomentar las habilidades cognitivas y conductuales, y la inclusión y fortalecimiento de habilidades educativas para la capacitación en salud, derechos sexuales y reproductivos, nutrición infantil y salud mental.
La pandemia por covid-19 puede ser el detonador que permita a más países dar el salto y empujar la implementación de escuelas promotoras de la salud, una iniciativa creada por la Organización Mundial de la Salud desde 1995.