Las herramientas digitales tienen el potencial de mejorar la comunicación e interacción entre los equipos clínicos y los pacientes pero, sobre todo, mejorar la calidad de la atención de la salud. Pero, hay un riesgo latente: que “las nuevas tecnologías repitan viejas desigualdades que afectan a los más vulnerables en distintas condiciones”. Patricia Jara, escribe en Gente Saludable (BID), cómo la salud digital puede reducir costos, alcanzar a las poblaciones que de otra manera no tendrían acceso a salud y aún contribuir a una mejor calidad de la atención, acelerando el progreso hacia la cobertura universal, sobre todo en materia de enfermedades no transmisibles en los países de ingresos medios y bajos. Pero esto solo se logrará en la medida en que se pueda cerrar la brecha entre los servicios digitales y quienes reciben la atención y beneficios médicos que ellos proveen.